Por: Luis Javier Bazán
El historiador y expresidente
de la República, Ramón J. Velásquez, dedicó gran parte de su interesante vida a
la lectura y análisis de libros que iban llegando a sus manos. Quien sabe
cuándo o cómo, el historiador se topó con uno de los cuatro textos escritos por
Nerio Duin Anzola, el popular Mano Nerio de Acarigua, un personaje quien nació,
vivió y murió en la ciudad desde finales de 1890 hasta su muerte a mediados de
1950.
La descripción de la obra que
hace Velásquez sintetiza el libro “Por los caminos de la provincia” que produjo
Mano Nerio en el año 1951 bajo el sello editorial Signo. A continuación se
reproduce el mismo con la gran intención de ir descubriendo esas
particularidades de un hombre que se convirtió en un personaje importante de la
Acarigua de la primera mitad del siglo XX.
El texto de Ramón J. Velásquez
Nerio Duin Anzola, autor y
personaje de estas aventuras es un llanero de Occidente. Nació en tierras de
Portuguesa, el año 1892. Alto, blanco, ojizarco, con una barbilla de General de
la Federación, delgado y nervioso, su figura recuerda la estampa de los viejos
hidalgos españoles, miserables y orgullosos. Que en gestos y locuras también
concuerda su carácter con el campechano señorío peninsular.
Pulpero, dependiente de comercio, agricultor, arriero, comprador de cerdos y vendedor de zarazas en los llanos de Barinas y Apure, jefe civil, celador de rentas, vigilante de carreteras, ornitólogo, posadero, todos los oficios los ha ejercido en un ambiente, dentro de circunstancias de la más castiza picaresca. Siempre la empresa termina mal; cuando en los caneyes de su casa, establece una posada, los viajeros que en la madrugada siguen camino, se llevan hamacas y colgaduras.
Pulpero, dependiente de comercio, agricultor, arriero, comprador de cerdos y vendedor de zarazas en los llanos de Barinas y Apure, jefe civil, celador de rentas, vigilante de carreteras, ornitólogo, posadero, todos los oficios los ha ejercido en un ambiente, dentro de circunstancias de la más castiza picaresca. Siempre la empresa termina mal; cuando en los caneyes de su casa, establece una posada, los viajeros que en la madrugada siguen camino, se llevan hamacas y colgaduras.
En una ocasión, invierte sus
ahorros en la compra de unos cochinos y cuando va llegando con el atajo a las
vecindades de Barquisimeto, se desperdigan los animales y van a dar al conuco
de una gente conocida por perversa y asesina. Otro día, esta vez en funciones
de botiquinero se ingenia para atraer a los vecinos. Es el año 1926, las altas
y pesadas ortofónicas causan furor. Pero como él es pobre y no puede adquirir
el musical aparato, lo reemplaza por el más curioso artefacto: un inmenso cajón
en el cual se esconden tres músicos y una mujer. Los parroquianos se están
acostumbrando a la función de Nerio. Por la ejecución de cada pieza pagan un
real, si es cantada un bolívar. El negocio progresa, pero una noche llega la
fatal política encarnada en la persona del Secretario General del Estado, quien
le dice a Duin: "Présteme la cantante por una noche, por la mañana se la
devuelvo". Frente al silencio y al temor de la clientela, el hombre le
responde: "Pero usted me manda la suya".
Ante la respuesta, el negocio
se va quedando solo, todos los concurrentes salen rápidos, no quieren ser
testigos del irrespeto irrogado a la autoridad. Duin está condenado. Los viejos
del pueblo le aconsejan salvar el pellejo. Bajo unas cargas de papa, en un
camión, el hombre huye a Barquisimeto. Pocos días después, ocurre el alzamiento
de Gabaldón y la toma de Guanare. Como Duin ya es un calificado enemigo, el
Gobierno ocupa su casa y la convierte en hospital de sangre.
FUENTE: Centro de
Investigación y Comunicación. Red Venezolana de Comunicación y Cultura.
Universidad Católica Andres Bello (UCAB), Caracas. Año 2010.